Imagínese, si puede, que deja atrás a sus seres queridos al partir hacia una zona de guerra. Piensa, si es posible, cómo te sentirías si te dijeran que tienes un cáncer en fase cuatro y que no hay ningún tratamiento que te ayude a prolongar tu vida. Piensa, si es posible, qué harías si descubrieras que tu ser querido te ha abandonado.
Aunque oímos hablar de estas tragedias que afectan a otros, pocos de nosotros veríamos con buenos ojos o querríamos que invadieran nuestras vidas o las de nuestros seres queridos. Pero, ¿qué ocurre si lo hacen? El salmista nos da consuelo si o cuando tenemos que abrazar las tragedias inoportunas de la vida.
“En tiempos de angustia, que el Señor responda a tu clamor”, escribe. No escucha tu clamor, ni piensa en tu clamor, ni pone tu clamor en su lista de espera. Pero que Él responda a tu clamor.
La vida está llena de tragedias inesperadas. En un momento todo es como lo habíamos planeado y al momento siguiente las cosas están al revés. A menudo nos enfrentamos a tentaciones imprevistas que presentan opciones que nunca pensamos que tendríamos que enfrentar. Pero, afortunadamente, no nos enfrentamos a la vida solos. Tenemos la protección de Dios, el poder de Cristo resucitado y la presencia del Espíritu Santo para rescatarnos de la derrota.
No podemos evitar las pruebas o las tragedias de la vida. Tampoco tenemos que afrontarlas solos. Dios está ahí para protegernos y defendernos. La victoria es nuestra cuando nuestras vidas están en manos de Dios.
Que el Señor te responda en el día de la angustia. Que el nombre del Dios de Jacob te ponga en alto. Salmos 20:1
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